, sentía una congoja insoportable. Pues mamá hablaba como si, en realidad, ya anidara en mi interior el germen de ese espanto que a ella parecía perturbarla. A veces, sólo al recordar sus palabras, lloraba amargamente y evitaba encontrarme con ella. En más de una ocasión la odié abiertamente. Aunque, al mismo tiempo, la admiraba y sentía una gran dicha cuando a ella, al regresar de alguna compra o paseo en la ciudad, se le ocurría