celdas. Orientandome por el fragor corrí a ver qué pasaba y, al abrir la puerta de la celda en cuestión, me encontré con un monje que se flagelaba a conciencia con su cinturón. --Disculpe, padre --me apresuré a decir--, no era mi intención interrumpirle. Pensé que le pasaba algo. Pero, ya que estoy aquí, ¿me permite que encienda mi cirio con su candil? Con la mano libre me hizo señas el monje de