me arrastraron sin miramientos por la rosaleda, me alzaron en vilo al llegar junto a la tapia del manicomio y me hicieron volar por encima de ella, con lo que di con mis huesos en el duro suelo de la carretera que circundaba el jardín. No dejé, mientras en el vacío estaba, de percibir un coche aparcado cerca de allí, lo que me llevó a sospechar que no estaba yo siendo objeto de una chocarrería, sino víctima de algo más serio. Mis