diverso grado de mutilación. Y al otro extremo de este emporio tecnológico había otra puertecita, por la que salimos a la calle Tallers y, en ella, a la luz del día. Una vez en la calle, Hans me aferró con más firmeza el brazo y el cojo se me colgó del otro, con lo que tuve que descartar cualquier proyecto de fuga que pudiera haber concebido. Así llegamos a la calle Ramalleras y nos detuvimos ante lo que era sin duda la