con mi desvanecimiento. Mi conducta, sin embargo, tiene una explicación, que con gusto y aun a riesgo de aburrirles les voy a dar. Tengan la bondad de tomar asiento. Arrimamos sendas sillas a la butaca donde se arrellanaba el anciano y pusimos cara de atención. Cerró don Plutarquete los ojos, unió las yemas de los dedos, respiró profundamente varias veces, echó hacia atrás la cabeza y nos refirió lo que sigue. --Hace poco más de veinte años