si Reagan la ha llevado tal vez a sus extremos, tal concepción de la diplomacia ni parece que sea, conforme a lo indicado, invención suya, ni ya tampoco exclusiva de los norteamericanos. Correspondiendose con un ego colectivo que reproduce regresivamente la soberbia del ego individual de los espadachines italianos y españoles del siglo XVI o, ¿por qué no?, de los pistoleros del Far West, los nuevos modos de la diplomacia llegan en ocasiones a análoga obstrucción de toda posibilidad