lose por no haber tenido la innata clarividencia de recelar de la autoridad que ha respirado desde la cuna, por no haber prestado a su mundo más que la mismísima, idéntica fe que se le habría pedido en el régimen siguiente, hubiese inventado la autocracia o el franquismo. No hay nadie éticamente más abyecto que el que induce su propia bondad o la de sus acciones de la maldad de sus víctimas o enemigos, ni nadie más bellaco que el que declara malo a