añadidura tiene que ejercer activamente, animosamente y hasta encantadora y radiantemente de adminículo presidencial. Bastante sería ya que haya mujeres capaces de aceptar tan denigrante y total anulación y subordinación como un trágico sacrificio que, a su leal entender, les impondrían la conveniencia de la patria y la felicidad del pueblo, pero lo que resulta ya el colmo de lo desolador es que hayan llegado a producirse socialmente seres, casi cosas, que acaten el infrahumano papelón no sólo sin sentirse resignadas