A veces, cuando ya era lo suficientemente tarde para no correr el riesgo de encontrarnos con algún conocido, nos asomábamos al centro de la ciudad para ver --como una fantasmagoría más, como la complicadísima y diabólica obra de una mente enferma-- la fachada del Duomo con su lluvia de agujas de piedra, con su bosque de estatuas, con sus roídos muñones. Furtivas salidas y premeditados encierros. Si alguna vez Karl o algún otro amigo del pasado llamaban a la puerta
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CORRERIII - Pasar peligros, aventuras, o cierta suerte