le y sensatez, descubría con susto que la prolongación más coherente de aquel amor, que había confesado corresponder, se manifestaba en asaltos más o menos bruscos e impacientes contra su pudor. Sentirse, a despecho de su retórica moderadora, deseada carnalmente por aquel muchacho con el que iba al cine y salía de paseo, y a quien ya no era tan fácil mantener a raya, despertaba en ella una serie de emociones y dilemas para cuyo análisis raramente podía servirle de