vidrios del ventano y ROSA, ensimismada, descansa en el sofá con un libro abierto, en el que ya no lee, sobre el regazo. Colocada verticalmente, hay ahora en el aparador una carta cerrada en la que no se repara fácilmente. Llaman a la puerta con los nudillos, y en el ventano hay un destello azul que no desaparece. Sobrecogida, ROSA se incorpora y corre ansiosa a atisbar por la mirilla. Se nubla su cura; se nubla el ventano