me como vulgar charlatán, los méritos de su tónico, fijé la mirada en el cráneo de Bermúdez. En un primer momento, lo confieso, me abatí. Si la imagen esperada había sido una cabeza cubierta de abundante cabellera, sólo cabía la desilusión. Sin embargo, bien mirado ese cráneo alentaba esperanzas, ya que parecía cubierto por la sombra de una pelusa; pero algo debí de vislumbrar en la cara de Bermúdez, que me distrajo de tales consideraciones. Una extraordinaria