hecho lo humanamente posible en favor de Abreu. Empecé por no estar seguro, para después caer en remordimientos, quizá infundados, pero bastante vivos. Me pregunté cómo me recibirían en Buenos Aires. Imaginé calumniosas campañas periodísticas, que me acusaban de traidor y cobarde. No recuerdo qué viajero dijo que la llegada al país obra siempre en nosotros como un despertar. Había periodistas en Ezeiza, pero no desconfiados, ni hostiles; gente para quien yo era el último amigo que había