--En casa del profesor --respondió otro--. Allá va a encontrar buena compañía. La ocurrencia los alegró sobremanera. Todos hablaron; nadie se acordó de mí. Salí de ese bar, palpé las cadenas para comprobar si estaban bien ajustadas y continué el viaje, por angostos caminos rodeados de precipicios, en medio de una tormenta de nieve que no me permitía ver por dónde avanzaba. Después de una interminable hora de marcha lentísima, en que atravesé túneles, oí el