Los complejos de un hombre, en cambio, podían ser más dignos de atención y análisis, como veremos en su lugar oportuno. Daban pábulo a que la mujer, nacida para consolar, tratara de entenderlos y hasta se sintiera atraída por el muchacho que los padecía. Pero a la chica casadera de postguerra no se le permitía tener una visión complicada de la vida, tenía la obligación de ofrecer una imagen dulce, estable y sonriente. De una forma un tanto burda