Bastaba escribir su profesión con letra mayúscula para que adquiriera ante las lectoras del consejo el prestigio de todo lo impreciso, de los sabios de cuento de hadas o de los prestidigitadores Había, naturalmente, industriales que pretendían romper este cerco e imponer sus productos en el mercado bajo un aspecto menos casero y más exhibitorio. En mayo de 1940, por ejemplo, para convencer a las mujeres de las ventajas de no rizarse el pelo en casa y como a hurtadillas, la marca Solriza