amor, que en ningún caso hacía la mujer, era el que marcaba la hora de la verdad. Se hiciera por escrito o cara a cara, empleando fórmulas habituales y manidas o dando rienda suelta a una expresión poética personal que garantizara mejor la originalidad y autenticidad de aquellos sentimientos, lo cierto es que ningún hombre que quisiera tener novia podía evitar semejante expediente. En el monólogo de Delibes, a que se hizo alusión más arriba, hay un testimonio muy interesante de lo
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