.» Y era un argumento que no tenía vuelta de hoja. Las películas que más hacían llorar eran las que acababan mal, igual que las novelas, las que contaban una historia condenada a convertirse en recuerdo, las que exaltaban la fugacidad del amor romántico, hecho de renuncia, de lágrimas a la luz de la luna, de separaciones desgarradoras. Había instantes inolvidables que valían por toda una vida. Y era un mensaje que venía implícito también en la letra de