del país, su régimen sólo podría arraigar y popularizarse asociandolo con el concepto de «españolidad» que los republicanos habían traicionado, al beber su ideología en fuentes de «ateísmo materialista» importadas del extranjero. La verdadera España la representaba él. Más todavía: era él mismo. ¿Quién se ha metido en las entrañas de España como Franco --clamaba ya en 1938 el exaltado Giménez Caballero--, hasta el punto de no saber ya si Franco es España o si