, creaba en ellas, con el ansia personal de identificación, escrúpulos de un cariz muy peculiar. Desde que una niña se preparaba para tomar la primera comunión, momento en que el problema de la pureza se planteaba, tenía que enfrentarse, por de pronto, con la violencia de arrodillarse frente a la rejilla de un confesionario para hablar con un hombre, lo cual acentuaba la necesidad del eufemismo, de inquietudes y sutilezas que no tenían clara definición, y en las