eran y cual se mostraban a los demás allá donde la vida les obligaba a ello. La vieja novia universitaria, más vieja y arraigada que ninguna de las que la siguieron, había venido a convertirse en un cadáver que le exigía el sentimiento de los años heroicos y que le condenaba por ello; estuvo a punto de arrodillarse ante él e implorar por su salvación, pero sabía que estaba perdido. Todo era confusión y consternación atravesadas por una ira sorda que nacía y