. Toda la tarde de aquel día de primavera estuvo cubierta por un cielo plomizo que el crepúsculo manchó hasta la tiniebla. Tomó aire lentamente, ladeando la cabeza; de seguido, un ligero temblor en la mandíbula y las muñecas le movió a encerrar el rostro entre las manos; comenzó a llorar, tensa y dificultosamente; siguió llorando sin ruido, despacio; al principio con vacilación, pronto abiertamente, dejando correr el miedo entre las lágrimas que empapaban su cara y sus manos