no podía dudar. Vestía una camisa blanca y unos pantalones oscuros, y nada más le defendía del frío de la noche. Parecía un hombre mayor y cansado, sus brazos le caían a lo largo del cuerpo como si los hubiera abandonado. Y, sin embargo, a pesar de las apariencias, supe al mismo tiempo que aquello no era exactamente un hombre, sino otra cosa, algo impensable a lo que yo no podía nombrar con palabra alguna. Le observaba paralizada tras