lo salir, y a través de la puerta entreabierta vio los almendros de la plaza, nevados por el resplandor del amanecer, pero no tuvo valor para ver nada más. "Entonces se acabó el pito del buque y empezaron a cantar los gallos --me dijo--. Era un alboroto tan grande, que no podía creerse que hubiera tantos gallos en el pueblo, y pensé que venían en el buque del obispo." Lo único que ella pudo hacer por el