los le había conducido a la vida y huyendo de la vida no había podido recuperar aún la palabra que libraba al ánimo de la pesadumbre, el buen remedio de la escritura inspirada. Cuántas veces a lo largo de los últimos meses había deseado desahogar su dolor escribiendo, pero la palabra se negaba a ser manantial y la otra vida, la otra realidad, seguían sin revelársele, a pesar de que a veces --como un espejismo-- le engañara con sus falsos brillos.