se atenuaban los crujidos, o cesaban. Jano no dudó que era Betina quien le seguía. Aceleró el paso hasta una de las curvas que daba la carretera y, repentinamente, se escondió a la derecha, entre unos matorrales que descendían hacia el río. Betina no tardó en aparecer por el camino de tierra. Jano no pudo resistir más aquel tenso y educado distanciamiento que había mantenido a lo largo de los últimos días. Por eso, cuando la bicicleta pasó a su