sus concentrados silencios-- era el alma de aquel lugar que ahora el otoño entristecía de una forma abrumadora. Adriana tampoco acudió al comedor a la hora del desayuno, no sabemos si para rehuir el encuentro con Marescu o para no avergonzarse de la escena que el día anterior le había montado a Jano. Sólo Marescu, con aquel don tan suyo de la concentrada pasividad, se había sentado en una mesa situada al lado de una de las ventanas y pasaba a limpio