noticias extremadamente graves, que echaban por tierra todos sus proyectos de lucha política. Lo último que a ella se le hubiera ocurrido pensar es que alguien --en la sombra, desde un oscuro despacho o desde otro país-- controlara y manejara a su antojo su pureza ideológica, su pasión, natural y ciega a un tiempo, para que el mundo fuera mejor, más limpio, más justo. Lo último que a Adriana se le podía ocurrir es que ella sólo era un