Al fin el viejo se desprendió de su gente y se dirigió solo hacia el coche, lo que le aproximó al Casino. Avanzó mirando fijamente al sentado enemigo, a los dos hijos de pie junto al sillón, al sombrío grupo de secuaces. --¡Adiós, Salvatore! --disparó entonces con sorna la cascada boca bajo las gafas negras. El viejo se clavó en el suelo. Bien plantado, ligeramente separadas las piernas, dispuestos los brazos. --¿Todavía puedes