su sillón. Todos parecían de acuerdo en pasar por alto la inocente artimaña de que se servía para burlar los imperativos del médico y ya no le trataban como a un enfermo, sino como a alguien a quien un azar desconocido hubiera impuesto la necesidad de llevar consigo determinada carga en cada uno de sus desplazamientos. Miguel supo sacar provecho de esta tolerancia y adquirir una movilidad que difícilmente habría sospechado semanas antes. Así, tan pronto estaba en la cocina observando a Carmina como en