tiempo que mostraba auténtica satisfacción por cada pétalo de lirio que tragaba: entrecerraba los ojos, emitía leves suspiros de felicidad. A la hora de la cena, Mercedes confiaba en que no advertiría las reducidísimas porciones de proteínas comprimidas que, espolvoreándolas, había disimulado entre el polen de ciertas flores. Pero la abuela había desarrollado un inexplicable sexto sentido que le permitía detectar cualquier ingrediente extraño a más de dos metros de distancia, sin siquiera oler las flores. «¿Todavía insistes