me noche clara de verano para que pudiésemos observar el cosmos de más cerca. Recuerdo que al llegar mi turno enfoqué al infinito con aliento contenido, esperando ver pulpos, dragones y enanillos y quién sabe qué vagas ensoñaciones de propina, porque existía entonces la creencia, que posteriores descubrimientos se han encargado de refutar, de que las hembras de otros mundos no se recataban de mostrar muslo y pechuga, como si las galaxias fueran un perpetuo calendario de bodega, y que sólo alcancé