De pronto su oído alerta percibe los pasitos menudos. Se sienta en la cama. Sorpresa: no se alejan hacia el dormitorio de los padres. El viejo saca las piernas de las sábanas y coge sus zapatillas con manos estremecidas: « ¡ Bravo, Brunettino; el mío es tu camino! » Se calza, se echa encima la manta y aguarda. Aunque ya esperada, la aparición le conmociona. No es un niño en su pelele blanco, sino un luminoso angelito