; ahora sabe que el niño no es tan blando. Diminuto, sí; menesteroso de ayuda, también; pero exigente, imperioso. ¡ Cuánta energía cuando, de repente, estalla en gritos agudísimos, patalea y bracea violentamente! Asombra esa voluntad total, esa determinación oscura, esa condensación de vida. Así el viejo, de zagalillo, cogía en brazos a su Lambrino; pero el comportamiento de aquel corderillo preferido nunca ofrecía imprevistos. El niño, por el contrario,