su navaja, porfiaba con su hija sobre si se llevaba también la lupara, el antiguo retaco que fue su primera arma de fuego, su investidura de hombre. Renato se impacientaba al recordar el encargo de Andrea en Roma que les retrasaría. Cuando estaba a punto de asomar el sol ya no aguantó más: -Padre, ¿ no será mejor que acerque el coche por detrás a la puerta del corral y salgamos de una vez? La infamante proposición decidió al viejo,