. No leí sus cuentos, sino que me dediqué a hurgar entre sus libros. Me apoderé sin derecho de una libreta con pasta de hule. Me pareció un diario y creí ver mi nombre escrito entre sus hojas. No me avergonzaba robársela por una noche. La guardé en mi bolso cuando escuché sus pasos cerca de la puerta. Me mostró la fotografía. El Tenorio, con tu careta de rostro hermoso y ojos de diablo, cortejaba a Doña Inés.