le intravenosa, aunque para ello tuvieran que adoptar la drástica medida de aprovecharse de su debilidad. Mercedes accedió a dar su conformidad. Intuía que no iba a ser poca la resistencia que la abuela opondría, pero no podía sospechar que reaccionaría de esa manera, con aquella fiereza sin límites. «¡No os acerquéis nunca a mí, hijos de Satanás, profanadores de iglesias! », les gritaba revolviendose con furia entre las sábanas.