cara se le agolpaba en fláccidas bolsas bajo los ojos y en los carrillos. A pesar de que se esforzó durante un rato por mantener la boca semiabierta, carecer de dentadura postiza le confería un aspecto desolador. En sus pupilas había nacido, sin embargo, un color entrañable de infancias lejanas. Infancias que le observaban con ternura mientras él se decía que ojalá hubiera entrado también Carlos. Sólo el suspirar apagado y frecuente de la abuela matizaba aquel silencio lento. Nada, en