, descubría un cable blanco ceñido al dintel y lo seguía con la vista hasta el enchufe de la lamparilla. Cuando miraba hacia el techo, contemplaba las grietas de la pintura e imaginaba toda la casa derrumbandose sobre él. Miguel deseaba explorar ese mundo que intuía magnífico más allá de la puerta. Pidió a la abuela que le permitiera instalarse en alguno de los sillones de la parte deshabitada de la casa, pero ella contestó que ni hablar del peluquín y que ya