dispersado dejaba un vago olor a tallo seco y cuyo recuerdo era tan mustio como el de un pensamiento abandonado. No dejaba de aceptar que el apego al alcohol, al tabaco y a la hierba era secuela de aquellas impresiones y lo admitía con la parsimonia del enfermo atacado por un mal que ya no tiene remedio pero cuyos efectos pueden ser mitigados sin otro riesgo aparente que el de una tolerable adicción. El frescor de la noche repentinamente advertido acentuaba el aroma vegetal a su alrededor