lo el viejo amigo y hacia la verdad misma, reclamaba una reconvención de vez en cuando, un toque de atención por lo menos. Nunca fui más allá de poner sobre las íes puntos tan desleídos que ni el coronel ni nadie los notó; y si en alguna ocasión él llegó a notarlos, mostró tanta sorpresa y desaliento, que me apresuré a repetirle que sus exhortaciones eran justas. A veces me pregunté si el que pecaba de soberbia no sería yo;