capaz de pensarlo y menos de expresarlo, pero sí de vivir a fondo ese momento sin frontera entre ambas carnes, ese intercambio misterioso en que él recibe un renacido latir desde la verde ramita en sus brazos, mientras le infunde su seguridad de viejo tronco bien arraigado en la tierra eterna. Llega hasta a olvidarse de la Rusca, en su obsesión por hacer hombre a ese niño, a quien no pastorean como es debido. Que no acabe siendo uno de