butaca aún más de lo que su voluntad requería. Tenía por costumbre instalarse en una vieja y cómoda butaca de brazos, con alguna bebida (un cuba libre o un gin tonic) y un paquete de cigarrillos, y no abandonaba su posición más que para acudir al baño o vaciar el cenicero. Los fines de semana eran, con esta distracción y un par de libros, el delicioso remate a jornadas de trabajo duro y poco sueño. Esa hora, la caída