No vine a Berlín a visitar árboles.» Si no me engaña la memoria, estábamos en lo alto de una moderadísima loma de la llanura berlinesa. Mientras los turistas, en grupo, se encaminaban al portón, Brescia y yo descendimos una barranca, larga y en declive, que había detrás de los quioscos. Finalmente nos internamos por una calle de casas bajas, que me recordó, tal vez por sus chiquilines jugando al fútbol, barrios periféricos de Buenos Aires. «