se la fatídica e incorregible Península: el silbo gomero. Al cabo de unos minutos de audición, harás como ellos y, con los dedos en la boca, emitirás prolongados y melodiosos silbidos mientras, en medio de la colosal hecatombe, avanzas por el bulevar devastado y cubierto de residuos junto a edificios desdentados y tuertos, bostezos cavernosos de muros agujereados, pilas de neumáticos misteriosamente preservados de las llamas, montones apestosos de basura, objetos arrojados en plena huida, vestigio indudable del