sus costumbres, si querían comunicar en su lenguaje era asunto suyo, mientras nos dejen a nosotros el nuestro qué más da? Su argumento, razonable, había convencido: los bebedores de calvados, acodados en el cinc del carbonero, asentían con melancólica resignación. Cada uno a lo suyo y Dios con todos, eso es lo que pensaba él: como dice el refrán, juntos, pero no revueltos. Por eso, aquel día, su pasmo y malestar fueron más duros