sese colegio selecto, quizás una clínica de lujo o lugar de reposo. Había anochecido bruscamente y todas las luces estaban encendidas. Pasó frente a las dependencias del edificio principal: una sala de gimnasia vacía, una flamante peluquería de señoras. Divisó a media docena de clientas, entre las que creyó reconocer a las esposas de algunos de sus colegas: perfectamente inmóviles, con las cabezas bajo los cascos electrificados, como si estuvieran recargando sus cerebros de ideas. El corazón le