lo que reza su horóscopo, nuestro misántropo no pretende ni ha pretendido nunca eludir ningún automatismo: es, al revés, un individuo de costumbres maquinales y fijas, de reflejos dignos del perro de Pavlov. Se levanta, pasea, come, duerme la siesta a horas regulares; repite itinerarios consabidos; se detiene a menudo en los mismos sitios y, una vez se habitúa a cualquier cosa -un cine, un café, un plato de comida-, acepta difícilmente la