gran novedad histórica de nuestro siglo. Una novedad absoluta y que puede significar el fin de todas las novedades. Si fuese así, el destino habría curado a los hombres, de manera terrible y también absoluta, de la enfermedad que padecen desde su origen y que, recrudecida desde hace más de dos siglos, ahora los corrompe: la avidez de novedades, el insensato culto al futuro. Como las almas de Dante, estaríamos condenados a la abolición del futuro sólo que,