bahía de Nápoles a la altura de los ojos, con un Vesubio tranquilo, pero recordando que sólo vale la serenidad cuando debajo hay fuego. Ya con esa visión el viejo se aposenta en el Sur, y más todavía al acceder a una salita-comedor muy clara a pesar del cielo encapotado. Un balconcito y una ventana en sendas paredes se alegran con plantas bien cuidadas y dejan ver tejados milaneses, entre los que emerge el Duomo, con su Madonnina coronando la aguja más alta
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